fotografía por Mario Patiño
modelo Momo Ulises Mondragón
texto por Genoveva Varas de Valdéz
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Momo Ulises Mondragón, Fotografìa: Mario Patiño |
Parece filosa, como la punta de una
flecha o una lanza, suave se desliza la punta de flecha por mis labios,
rojo, todo lo que la filosa punta toca se vuelve rojo. El filo de la
lanza se arrastra de abajo hacia arriba, aprieto con fuerza los labios,
el color se esparce y toda la boca enrojece. La desnudez de mi rostro
esconde un territorio, cicatrices que se vuelven surcos, espinillas que
brotan como montañas, poros abiertos, grietas resaltan mis ojos. Con un
espeso líquido que simula el color de mi piel-tierra, voy vistiendo mi
cara, al frotar el líquido contra la piel desnuda el territorio se
derrumba, se derriban las montañas, toda la complejidad de
surcos-cicatrices, de grietas y líneas, de poros abiertos, de paisajes,
se aplanan. Me miro al espejo, la desnudez de mi rostro me persigue, me
parece insoportable. Golpeo con un pedazo de tela el maquillaje, el
rubor en mis mejillas vuelven a mi cara más tolerable. Me tiño el
cabello, coloreo mis párpados, tenso mis pestañas, así con cada uno de
estos movimientos voy tapando intolerables vergüenzas, vistiendo pieles
desnudas. ¿Para qué arrastrar un punta de flecha sobre mis labios,
deshacer el paisaje de mi rostro, vestir mi desnuda cara? Para desear,
para ser deseadx.
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Momo Ulises Mondragón, Fotografìa: Mario Patiño 1 |
Colorear el rostro es una estrategia
para hacer surgir al deseo. Ese maquillado deseo es un vasallo fiel,
un esclavo obediente a los regímenes fascista de belleza, un servil
lacayo a las aspiraciones raciales. Un deseo obturado que no nos permite
explotar todas las potencias de nuestros cuerpos, un deseo maquillado
de deseo. Es nuestra labor política, nuestra trabajo como soldados de
deseo, crear uno diferente, uno sin colores: un deseo negro. Mario
Patiño (el fotógrafo) y Momo Ulises Mondragón (modelo) a través de la
fotografía buscan crearlo.
Su ejercicio fotográfico está
plagado de símbolos que representan la belleza y el deseo, pero no uno
colorido, un deseo negro, monstruoso, crítico, disidente; con afroditas
distorsionados, macho-hembra cabríxs, con caras vestidas pero de manera
enigmática, con mayahueles travestidas. Un esfuerzo artístico en
comenzar a crear nuevas referencias, en hacer imágenes contravisuales,
que cuestionan la norma y aquello que nos resulta atractivo.
Tensar las cuerdas vocales y
serpentear la lengua, con el objetivo de retorcer las historias, de
deformar los mitos, como ese reflejo manchado que vemos del nacimiento
de Venus. Pero la diosa en las imágenes de Patiño, no nace cuando los
testículos de Urano son tirados al mar, probablemente ella nace de algún
charco del Distrito Federal. No surge de una concha marina; se
entrelazan las pajas, se enmarañan las ramas, los alambres, las espinas,
de eso emerge la diosa. No hay brisa marina que meza suave su pelo, hay
polvo que ensucia la piel. No resplandece virginidad, ni vomita
pureza. Casi imperceptible su mirada a la mirada, sus ojos cargados de
sombrío misterio, de perdido éxtasis en profundos y someros infinitos.
La desnudez revestida en cuero, en transparentes medias, en tacones. No
hay resplandeciente rubio, hay pelucas negras. Si hay una venus que
pudiera nacer es Venus Ericina, diosa del amor impuro y la prostitución.
La belleza, venus, es madre del deseo, eros; en las fotografías de
Mario presenciamos el nacimiento de otra belleza que parirá otros
deseos. Otro mito que vemos es el macho cabrío, que pudiera ser Pan,
Baphomet. Pan es representación de la sexualidad masculina que se
desborda. Pero en las imágenes que vemos esa hipermasculinidad se pone
en cuestión, con las faldas que porta Momo, con sus medias, con el tacón
cuya punta agujerea la hombría, en esos intersticios la mariconería, la
feminidad disidente, lx trans se filtran.
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Momo Ulises Mondragón, Fotografìa: Mario Patiño 2 |
Se abren las comisuras de los
labios, va surgiendo de ella, saliendo lentamente la lengua, devorar,
engullir un falo, lamerlo con gozo, llenar de baba la punta, después
descubro mi boca espinada. El dolor de un azote, la satisfacción de un
golpe, regocijarse de una nalgada, el tenso cuero aprieta la carne como
queriendo extirpar de ahí el deseo, exprimirlo, hacerlo brotar. Ya no
escribo más dolor, ahora al ver la palabra sólo leo deseo.
Susurros a la muerte, el contraste de lo industrial, de lo geométrico
de las estructuras con la sinuosa carne. Las imágenes contienen todos
estos juegos del dolor y el placer, de jugar con la muerte pero
referirse a la vida, de lo industrial con la naturaleza, de masculinidad
con la feminidad: son tensiones. Desear es ese movimiento de lo uno que
busca lo otro, lo busca porque lo posee, sino, no podría querer
buscarlo; al mismo tiempo no lo tiene. Desear como las fotografías de
Mario Patiño es la tensión entre lo uno y lo otro, entre aquello que se
tiene y al mismo tiempo no.
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Momo Ulises Mondragón, Fotografìa: Mario Patiño 3 |
Pero, regresando al principio,
insisto que nuestro deseo no es el del hipócrita maquillaje que dicta el
deber ser de un rostro, del falso tinte que arrebata el color del
cabello, es el deseo negro. Un deseo de cuerpos diferentes
desproporcionados, desfigurados. Un deseo no claro, espeso, lleno de
contrastes. Ese deseo desafiante de la carne, de los nervios, ese que
encuentra el dolor placentero. Ese deseo que encuentra la locura de la
atracción en lo repulsivo. El deseo que le susurra a la muerte y que
nace de nuevo de sus escombros. El deseo de figuras confusas de machos
travestidos, de diosas desfiguras, de divinidad terrena. El profundo
deseo de la embriaguez en lo radicalmente otro. El deseo de desnudar la
piel desnuda. De desollar la cuerpos para revestirlos cuero. No es un
deseo de blanquitud, de devenir blanco, todo lo contrario de negritud,
de una obscuridad que resplandece. Es querer habitar en lo denso de la
noche, pero desde la iluminada luna. El deseo negro. Contrario a la
norma que excluye a los cuerpos, esto los suma, va haciendo una masa de
corporalidades donde una se funda con la otra, donde se pierden. El
deseo que carga con la fuerza de un azote, con el impacto de una
nalgada. Un deseo que nos multiplica, que nos embriaga y enloquece.
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Momo Ulises Mondragón, Fotografìa: Mario Patiño 4 |
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Momo Ulises Mondragón, Fotografìa: Mario Patiño 5 |
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