POR JUAN HERNÁNDEZ
A Lukas Avendaño
se le puede pensar como actor, bailarín, performancero, o todo eso al
mismo tiempo. Difícil de clasificar el producto de su ser escénico,
porque no se guía por las normas rígidas de las disciplinas artísticas, y
eso lo convierte en un creador genuino y único.
Quizá se deba a
la defensa de la libertad para crear lo que le viene en gana, que
Avendaño es un artista poco conocido. Marginal, como quien dice. Pero
eso no le resta importancia a su quehacer, todo lo contrario, lo
potencia.
Recientemente pudimos ser parte de una de sus propuestas artísticas: Réquiem para un alcaraván,
en la Casa del Lago Juan José Arreola, en el Bosque de Chapultepec. Y
digo “ser parte” porque los espectadores no son ajenos al fenómeno
escénico generado por el histrión, bailarín y provocador escénico; el
público es esencial en el hecho: es el invitado sin el cual los
rituales, que recuperan la tradición istmeña, re-significados a partir
de una propuesta contemporánea y universal, se realizan.
En Réquiem para un alcaraván el
artista creador y protagonista del suceso escénico se presenta rodeado
de un aura particular: la del muxhe que seduce y, como la mítica Medusa,
convierte en piedra a quienes lo miran directo a los ojos brillantes y
enrojecidos.
La muxheidad,
como llama Avendaño a la cultura producida por los muxhes istmeños, es
una forma única de vida, que no puede ser interpretada desde ojos
ajenos, sino apenas contemplada como algo que existe: la otredad en la
inconmensurable manera de vivir de los humanos.
El morbo, tal
vez, de ver a un muxhe artista, es lo que atrae a cierto público a mirar
de cerca a Lukas Avendaño. La curiosidad de “lo otro” que resulta
exótico y llamativo y, porqué no decirlo, hasta folclórico, es la que en
este caso lleva al público a un lugar fuera del tiempo y el espacio
profanos.
Avendaño asume
el riesgo que su propuesta artística e identidad implica. Sin embargo,
ése es el anzuelo. Una vez en su reino el artista se encarga de acabar
con los prejuicios: su arte no es folclor aunque use ropas de tehuana,
estandartes de procesiones católicas y listones de colores, o que la
música sea la tradicional oaxaqueña (Medio Xhinga, Diana tradicional istmeña, Bitopa zuu`do, Gube II, Carreta Guie, Fandango tehuano, Berelele y Marcha fúnebre).
La obra de Lukas
no es entretenimiento para turistas. Es una pieza fuerte, que en su
desarrollo desborda una energía vital. La estructura dramática es
trágica, dolorosa, pero también es un ritual de vindicación de los
sueños que han sido truncados por los autoritarismos y la violencia
frente a lo que resulta incomprensible.
En Réquiem para un alcaraván Avendaño proyecta imágenes del filme Que viva México (1931),
de Serguéi Eisenstein, en el que aparecen escenas de los zapotecas en
sus fiestas. La cultura indígena re-significada por el cine, convertida
en materia del arte occidental moderno por excelencia. Los fragmentos de
la cinta se convierten en uno de los telones contextuales del fenómeno
escénico que, en vivo, Avendaño realiza.
El artista
escénico como intérprete maneja una energía poderosa, atemorizante y
provocadora. Se mueve como ave, como jaguar, como la novia virginal
etérea y como la fiera herida que, frente a la tragedia, lame sus
heridas con la mirada enrarecida. Su voz lanza improperios. Es una voz
gruesa que sale de su entraña para expresar ya sea su dolor o su
alegría.
El trabajo de
Lukas es producto de una sensibilidad artística notable, pero también
del intelecto que se ha pulido a través del estudio de la política, la
ética, la filosofía y la literatura. El pensamiento del artista tiene
como referente al recién fallecido literato chileno Pedro Lemebel, de
quien ha tomado el manifiesto Hablo por mi diferencia para presentarse como muxhe ante el mundo.
Réquiem para un alcaraván es
una obra entrañable, producto de un arte que no requiere clasificación
sino ser disfrutado. Un trabajo que apunta a tocar la sensibilidad de
las personas, a través de rituales istmeños que, en su contexto
original, fueron hechos para mujeres tehuanas, pero que Avendaño
transgrede para dejar que, al menos en la ficción y no menos verdad de
la escena, sean la realización de los sueños de generaciones de muxhes.
Esta obra “es un
ritual de desagravio a los putos del mundo”, dice Lukas después de la
función. Nosotros diríamos que es un ritual de liberación del hombre de
las verdades únicas. Una liberación, pues, del deseo.
*Réquiem para un alcaraván,
creación e interpretación de Lukas Avendaño, con los músicos Abraham
Rasgado González y Amador Romero, vestuario de Irene Martínez, Mary
Cristóbal, Wendy San Blas, Gilberto Martínez y José Ángel Gallegos,
estandarte de Mariano Toledo, se presentó en La Casa del Lago del Bosque
de Chapultepec el 31 de enero y el 1 de febrero.
*Fotografía: El
performancero muxhe Lukas Avendaño apuesta por una resignificación de la
cultura indígena y la otredad / Crédito: Eduardo Loza/Casa del Lago
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